lunes, 4 de mayo de 2009

Ascenso y caída de Urtain





En los momentos de mayor intensidad, el boxeo parece contener una imagen de la vida tan completa y poderosa (belleza, vulnerabilidad, desesperación, bravura incalculable y autodestructiva) que el boxeo se convierte en la vida en sí, mucho más que un juego. Es el diálogo del cuerpo con su yo sombra: es decir, con la muerte.

Joyce Carol Oates, Sobre el boxeo

El mito:

Jose Manuel Ibar Azpiazu, "el morrosco de Zestoa", nació en el caserío Urtain, en Ibañarrieta Zestoa (Cestona) -Guipozcoa- País Vasco, un 14 de mayo de 1943. Su padre era, claro que si, levantador de piedras y encontró la muerte debajo de la barra de un bar, un día que intentaba cumplir con uno de los tantos desafíos de resistencia física que le habían apostado, el de soportar el peso de quince personas sobre si. José era su hijo y sentía ese destino en las venas. El también se hizo levantador de piedras, y adoptó el apodo Urtain de su aldea porque ese era su sello de identidad.

Urtain fue acogido con júbilo y vertiginosa idolatría. Y les fue arrancando a los españoles -con 27 nocauts consecutivos-. Esa visión creció hasta forjar las líneas fundacionales del nuevo ser deportista español. Urtain fue España y acabó siendo victima de la progresía que lo marginó y que terminara finalmente asociada a la suerte del régimen gobernante.

Al llegar a su nocaut número 28 (de un total de 30 consecutivos, contados desde el comienzo de su carrera profesional), se convirtió en Campeón Europeo de Peso Completo de la EBU (European Boxing Union Ltd.) derrotando al alemán Peter Weiland (ko7) en el Estadio de la Comunidad de Madrid. La ola de furor y de encumbramiento hacia su persona fue inmensa. Nunca antes un boxeador español había trascendido de tal manera las fronteras de la competición de entrecasa. Y el idilio continuó arrastrando al convencimiento incluso de muchos que antes habían alertado sobre la relatividad y escasa seriedad de los contrincantes con que se había querido "inflar" su carrera boxística. Enseguida vinieron otros tres nocauts consecutivos sobre los extranjeros Charlie Harris (ko3), Karl Brunnholz (kot1) y Juergen Blin (du).

El primer traspié llegó a continuación y en su propia tierra de San Sebastián. Como una advertencia. Perdió el invicto con el italiano Alfredo Vogrig por descalificación, a causa de un golpe bajo, pero por suerte no había puesto en juego la corona europea. Tomó otros tres triunfos fulminantes ante Arno Prick (ko2), Tony Brown (ko1) y Stanford Harris (ko2).
Después fue él quien cayó por primera noqueado por el veterano británico "sir"Henry Cooper (ko9), perdiendo su faja de monarca europeo y entonces si concluyó su luna de miel con la afición ibérica.

Aun así, retomó la senda de las victorias contundentes en España con otros 4 triunfos antes del límite, tuvo por primera vez un empate, ante Mariano Echevarria en País Vasco, y cayó noqueado por segunda ocasión en menos de un año a manos del argentino Gregorio "Goyo" Peralta (kot8). Allí comenzó a entreverse la sensación de que Urtaín exhibía un dominio abusivo frente a los boxeadores mediocres, pero que no podía arriesgarse mucho más allá de sus contendientes europeos, porque perdía.


Esta idea se consolidó con su pobre campaña del año 1972, en el que solo obtuvo una victoria por puntos, un empate, un triunfo por descalificación, dos derrotas por puntos y ningún nocaut. Luego permaneció inactivo hasta finales del año 1973 y daba la impresión de haber perdido algo de ese fuego sagrado que le animó en sus tempranas conquistas. El año 1974 le permitió volver a noquear aunque solo una vez, a un peleador de nombre Richard Dunn (ko4). Sumó solo 3 peleas ganadas (dos por puntos) y padeció dos duras derrotas ante Rocky Campbell (abandono 6) y ante Santiago Lovell (ko3).

El día de Reyes de 1975 recobró el título de campeón europeo, de manos de quien había sido su primer vencedor, el italiano Alfredo Vogrig. Lo hizo de manera fulminante con un ko y en una pelea realizada en la ciudad de Bilbao. En 1975 y 1976 desfiló ganando y perdiendo con enorme vergüenza deportiva por distintos escenarios españoles, sin la posibilidad de lograr sellar definitivamente su nombre como legítimo contendiente de rivales de primer nivel. El 12 de marzo de 1977 subió por última vez al ring para jugar su última chance por su antiguo cinturon continental. Fue en la ciudad de Amberes y ante el León de Flandes Jean-Pierre Coopman. Urtaín recibio el sexto nocaut de su historial, fracasó en el intento por recobrar sus pasados galardones y comenzó el largo camino de retroceso que finalizó cobrando el precio de su propia vida.

Vino desde ese ayer de dureza a cauterizar las heridas de un pueblo sangrante, dolido y resentido, que no le perdonó nunca el éxito y que tenía resuelto menoscabarlo hasta el olvido. La misma fuerza de desamparo nacional que impulsó su meteórico ascenso durante aquellos gloriosos días de 1968/1970, fue la que lo empujó a los 49 años, en su carrera mortal hacia el vacío, aquella noche calurosa del 22 de julio de 1992 cuando saltó desde el décimo piso de un edificio de la calle madrileña de Fernan Caballero. Su mítico recuerdo enlaza ahora un nódulo donde converge una multitud de sensaciones y pasiones encontradas.


El juguete roto

Aquel final trágico, apurado a instancias de toda la soledad y desolación que abrumaban al ídolo caído en las profundidades de si mismo con el olvido de España, sin siquiera el sostén de la paga de una mísera pensión oficial y con una orden de desalojo por alquiler impago, se ha convertido en el punto de partida para una profunda revisión del fenómeno deportivo y humano.